REELECCIÓN ES LA MODA REGIONAL

Cunde en el territorio Latinoamericano la motivación para implantar la reelección presidencial una tras otra. Los protagonistas son los mismos mandatarios en ejercicio. En Venezuela ya es indefinida. Ecuador y Bolivia continúan la aventura, mientras que Colombia, siguiendo el rastro, no se escapa al contagio regional. Se concluye que es la moda hemisférica, apreciada por quienes la amasan y se benefician con ella, y menospreciada por otros que no la comparten por excluyente. Los de un bando pregonan su bondad para continuar ciertos programas de gobierno que han demostrado su efectividad, pero sin considerar que con su establecimiento repetitivo se cierran oportunidades a las futuras generaciones que pueden hacer mucho más. Sin embargo, el propósito reeleccionista avanza sin inconvenientes.
Se defiende y se garantiza su benevolencia, con la intención de hacer creer a los ciudadanos que es un agregado para procrear un nuevo sistema democrático, cuando lo que se pretende es elegir al elegido nuevamente, bajo la premisa de que no existe un sucesor que pueda hacerlo mucho mejor. La reelección hasta por una vez se ha ensayado en muchos países que poseen una alta cultura política, y se ha comprobado que es útil para la consolidación y continuidad de políticas públicas con asiento popular. Pero por más de ese lapso de tiempo, es un método perverso que excluye a los grandes sectores que están en camino al poder, y extensivamente a la oposición y a las minorías al ser reducidas a la impotencia.
En el mismo sentido de arrinconamiento queda la meritocracia, que como mecanismo democrático de acceso a los cargos de responsabilidad del Estado, pierde valor para dar paso al demérito como un premio a la incapacidad. Pues por cualquier lado que se mire, la reelección como hoy se está concibiendo, pugna con la democracia como entidad política, forma de gobierno y de Estado y su contenido social y económico, sencillamente porque se abre la trocha para conducir a la nación al absolutismo, o autoritarismo, o tecnocracia, o dictadura o autocracia, lo cual negaría toda posibilidad de convenir, mediante acuerdo, la manera como se aplicaría la igualdad y la justicia para conseguir la satisfacción de las necesidades apremiantes de la colectividad.
Si creemos que lo que se propone fortalece la democracia, llegamos a un error. La reelección indefinida hace parte de la mecánica electoral al servicio autocrático con el fin de cerrar toda posibilidad de acceso al poder a los que vienen en camino y a las nuevas ideas. El hecho político y económico se compromete y se pone al servicio exclusivamente de los agentes que rodean al presidente, los otros poderes del Estado se refunden en uno, y con las mayorías consolidadas, hacen unidad que obedecen únicamente al superior elegido. El Estado se vuelve megalómano al contagiarse de la voluntad del príncipe que tiene el poder absoluto para incidir, exigir y decidir lo que más le convenga a él y a sus cortes palaciegas.
Es previsible que cuando se perpetúe la reelección indefinida en nuestros países, se instaure un poder tan grande que podría correr tan veloz que logre la autodestrucción de la débil democracia instalada, pues la libertad política y personal, así como la equidad, la igualdad, la tolerancia y la confianza democrática quedan sin ruedas para avanzar por el camino hacia la culturización de nuestras relaciones políticas y a la eliminación de la violencia.
POSDATA: Es oportuna la afirmación del politólogo italiano Giovanni Sartori: “Los políticos son grandes simplificadores que comprenden lo que les conviene.”

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