PRESENTE DE LA UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA

Después de haberse observado el escenario turbulento que se estableció en los últimos años en la Universidad de Córdoba, quedan muchas dudas sobre lo que sobrevendrá en el futuro próximo, si no se rectifican algunas decisiones del Consejo Superior. La directiva del centro educativo público tiene el compromiso de dar un buen ejemplo para que se respalde su labor por la comunidad a la cual presta el servicio educativo. El pasado no fue claro. El trabajo del órgano directivo en este momento, deberá estar encaminado, como es de suponer, a mejorar el nivel de administración de la academia y de los dineros de la universidad, la dignificación de la comunidad y a establecer una rectoría independiente que haga una buena gestión (parece utópico, pero posible).
Nadie en la comunidad académica puede olvidar que la autonomía universitaria, comprende, entre otros aspectos, darse sus directivas y sus propios estatutos, sin perder el horizonte de la investigación científica y el objetivo esencial que es la creación, generación y adecuación del conocimiento y la educación integral de los individuos que acuden a la universidad. Autonomía es autorrealización y responsabilidad. Esa proyección se ha empañado. Las últimas dos rectorías tuvieron antecedentes bochornosos con hechos que no es conveniente dejar que se repitan ahora. Algunos consejeros que vienen de tiempo atrás son testigos de lo que allí ha sucedido.
Un rector elegido en las urnas, que llegó por presiones de un grupo al margen de la ley, enlutó su administración por el hecho de haberse cometido en su tiempo un crimen infame. Luego tuvo que renunciar, frente a las exigencias de sus tutores. Después, siguió otra elección popular de rector, caracterizada por la exclusión rampante de ciertas personas con calidades reconocidas y de muchas otras que se abstuvieron de participar. Esa es la experiencia que han dejado las elecciones populares defendidas por ciertos sectores universitarios. Aunque son aconsejables, las expectativas en este momento en nada favorecen el futuro para conquistar la excelencia.
A pesar de existir algún consenso en el colectivo para escoger al rector mediante ese procedimiento, el método seleccionado por el actual Consejo demanda seriedad, observación y vigilancia. Los profesores, estudiantes y trabajadores están en la obligación de establecer veedurías. En este caso, el Consejo quedaría comprometido a apoyar a las organizaciones de control social que se formen. De esta manera, el proceso se blinda de la trampa si funciona la participación democrática. Es de esperarse que las hojas de vida de los candidatos a rector se publiquen en la página Web de la universidad y en los medios locales de comunicación social. Con esto, se construye transparencia.
Las calidades definidas por el Consejo para ser rector son mínimas, lo que abre un boquete para que se escoja una persona medianamente calificada, y se presuma la propiedad del puesto con antelación. Esta decisión tiene que rectificarse. Los candidatos deben ser personas con altas calidades personales y profesionales. Desde ya los actores universitarios deberán prevenir la intromisión de algunos sectores políticos para apoderarse de la rectoría y de los principales cargos directivos del claustro, como viene sucediendo de tiempo atrás. La mayoría de miembros del Consejo Superior no debe permitir el desarrollo del plan de algunos consejeros (hay informes), abrir el camino a la politiquería para colocar a un monigote que obedezca mansamente a sus intereses, reparta la torta presupuestal y el pastel burocrático. Hay que propender porque el nombramiento de la cabeza de la universidad recaiga en una persona decente. ¡Aleluya!
POSDATA: Sabiamente lo había dicho el filósofo español Lucio Anneo Séneca: “Largo es el camino de enseñar por medio de la teoría; breve y eficaz por el ejemplo.”

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