CIUDADES VIVIBLES

Por Édgar Vergara Figueredo

No podemos seguir aceptando que las ciudades sean construidas para unos pocos que piensan que el concreto y el hierro son elementos de civilización. Y tampoco, que las autoridades decidan autónomamente sobre su desarrollo sin la respectiva consulta a las comunidades. Bogotá, nuestra gran capital, quedó rezagada en materia de transporte público masivo frente a lo que consideran y están haciendo las grandes urbes del mundo. Se pensó que el sistema de transmilenio era la solución; pero no, por muchas razones lo han considerado incompleto. Hoy se controvierte en las discusiones sobre su viabilidad y extensión a otras capitales. Es el momento para que las ciudades medianas y pequeñas aprendan del experimento.

Un sistema de transporte público masivo deberá basarse principalmente en el uso de energía eléctrica y combustible no contaminante. Además, de la protección del peatón, considerar otros instrumentos de movilidad, como la bicicleta, el carro particular y el taxi; y además, la conservación de la calidad de vida humana. Cierto es que estos elementos se tendrían que articular con la regulación sobre ordenamiento urbanístico de las ciudades y el cumplimiento del código nacional de tránsito (CNT), para que en conjunto, se pueda contar con un sistema integrado de movilidad.

En estos primeros meses del año, se han promovido muchas propuestas con ocasión de la elección de nuevos alcaldes, que obligan a rectificar y cambiar el rumbo sobre lo que hasta hoy se ha hecho en este frente. Al lado de estas consideraciones, es necesaria la implantación de una política de renovación urbana para que las ciudades no sigan extendiéndose geográficamente, alejando la vivienda familiar de los centros institucionales, comerciales, industriales y del trabajo de las personas. Todas nuestras villas tienen espacios centrales desocupados en donde edificar; sin embargo, periódicamente se amplían los límites urbanos para nuevas construcciones.

Está probado que en nuestro país se desperdician los combustibles, como la gasolina y el gas, al permitirse de servicio público, taxis con motores grandes que no se justifican, puesto que el promedio de pasajero que se transporta por carro es de dos personas. La carga por unidad acredita el uso de motores, verbigracia, que no sobrepase 1.300 c.c. Igualmente, los estacionamientos determinados dentro de la ciudad para esta clase de autos son indispensables, a fin de evitar que los vehículos se la pasen recorriéndola desocupados, con la consiguiente congestión vehicular que observamos.

Determinar paraderos precisos para buses y busetas, con sanciones drásticas para quienes violen la reglamentación; flexibilizar los horarios laborales y de estudios (el sector público podría dar lección); conservar las normas de chatarrización, así como la congelación del número de vehículos de transporte público; mantener la prohibición del uso de la motocicleta para servicio público; ampliar los espacios peatonales; mejorar las vías alternas a las ya existentes; y extender la medida de chatarrización para vehículos de uso particular, son otras decisiones complementarias que habría que tomar. En este asunto hay que ser creativo, y muchas propuestas que ruedan por las calles pueden resultar válidas, si después de examinadas con la comunidad, los especialistas y los urbanistas, se logra la comprobación de que sirven. Con alguna excepción, las facultades que tienen los alcaldes son bastante amplias en cuanto a transporte y tránsito, por lo que no es pertinente que las autoridades se ausenten cuando en verdad se necesitan sus decisiones.

POSDATA: Es preciso entender al filósofo hispanolatino Lucio Anneo Séneca: “La adversidad vuelve al hombre sabio”

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