VIAJE SIN DESTINO
Por Édgar Vergara Figueredo
El pasado martes al oír la voz del piloto por el altoparlante del Embraer 190 de Aerorepública, que anunciaba que el aeropuerto de Los Garzones no garantizaba la seguridad para el aterrizaje del vuelo 7550 procedente de Bogotá, manifestó secretamente el pasajero que estaba muy cerca de mi silla 8B, en voz baja y con seño, un mal presagio. De la misma manera, imitando al vecino, el resto de los ocupantes del avión demostró un gran nerviosismo, igual al que se refleja en la antesala de cualquier futuro accidente con los pies puestos en la tierra.
Había partido la aeronave a las 3.30 de la tarde de ese largo día con destino a la ciudad de Montería. La odisea, como otro tertulio de cabina calificó el percance, se inició sobre los cielos del Sinú a las 4.20 de la tarde cuando la máquina se aproximaba a aterrizar. El cielo bastante brillante adornaba el firmamento y no se notaba ningún síntoma de mal tiempo en la región, como tampoco había congestión aérea en el espacio de todo el valle. Más bien, la calma era la característica de la bóveda celeste que lucía adornada por las turbulentas aguas del río Sinú y de la ciudad que mostraba plena actividad de masa humana.
Esperábamos cinco minutos, como se había anunciado, para oír nuevamente la voz del piloto. Ese tiempo tan corto, nos pareció mucho más. Entonces, se llenó de preocupación la cámara con el llanto de algunos viajeros y con el frío de manos de otros que las frotaban para volverlas a la calentura natural. La que menos se sentía era la niña, de apenas seis meses de nacida, que dormía plácidamente en los brazos de su madre. Cumplido lo prometido, volvió la dicción del aviador para informar que había que decidir sobre un aeropuerto alterno para el aterrizaje y simultáneamente se anunció la ciudad de Cartagena. Efectivamente, aterrizó el Embraer a las 5.00 de la tarde en el Rafael Nuñez de La Heroica. Una vez ubicados por el personal de tierra en la sala de espera del aeropuerto, vino la calma. Frente al silencio imperante de la tripulación, surgieron de los labios de los transeúntes muchos comentarios especulativos sobre la causa del percance y las posibles consecuencias. Llegó también el desespero entre el grupo por saber cuándo llegaríamos a Montería. Pero se nos dijo que sólo la cúspide de Aerorepública, que estaba en Bogotá, decidiría sobre nuestra suerte.
Apenas comenzaba el trajín. Al fin se nos informó el hospedaje en un hotel de la ciudad y que saldríamos para Montería el día siguiente por vía aérea a cargo de la compañía Aires. Nos dividieron en dos grupos. El primero, partiría, en vuelo directo, a las 7.05 de la mañana y el segundo, con escala en Barranquilla, a las 7.50. A mi me tocó en este último. La odisea anunciada por mi vecino de silla terminó el miércoles a las 9.40 de la mañana en el aeropuerto Los Garzones, convirtiéndose el vuelo de 50 minutos, en 18 horas y 10 minutos.
No es la primera vez que en este año le suceda algo similar a Aerorepública con sus equipos. Basta recordar el accidente más reciente en la ciudad de Santa Marta, y, coincidencialmente, con un avión de este mismo tipo. ¿Qué está pasando en la Aeronáutica Civil? ¿Están sometidas, verdaderamente, las empresas de aviación a control riguroso para que sus aeronaves no fallen tan fácilmente? Por los hechos, parecería que estas compañías están funcionando como rueda suelta sin la vigilancia gubernamental para garantizar la seguridad ciudadana. Es una obligación, tanto de la dirección de la empresa Aerorepública como de las autoridades aeronáuticas, dar una explicación al respecto.
POSDATA: Nadie controvierte la estrategia empresarial de Aerorepública de ponerse a tono con empresas de volar a Bajo Costo, pero tiene que hacerlo con responsabilidad.
