PAGAMOS LA INEFICIENCIA EMPRESARIAL

Por Édgar Vergara Figueredo

¿Quién vigila a las empresas privadas? Es posible, que algunos contesten: ¡nadie! Es evidente, que lo que hacen los empresarios son negocios, negocios que producen dinero para engrosar las utilidades. Algo parecido realiza el gobierno, pero en aras de la satisfacción de las necesidades públicas. Pero, en el sector privado, los negocios tapan el delito, y regularmente, pocos van al calabozo. En cambio, en el sector público, aunque roban lo mismo que en el privado, todavía hay gente que esculca y denuncia, y aunque tarde, los ladrones van a la cárcel. Ambos sectores trabajan por un fin. No obstante, en el mundo de la globalización, vale mucho más el rendimiento del capital en manos particulares que la gestión pública en beneficio de las personas.

En el sector privado, hay ineficiencia o exceso de utilidades. Cualquiera que sea la causa, se demuestra en el precio de los servicios y productos que venden. El sector financiero, es uno de esos que está revelando su incapacidad. Las tasas de intermediación son altas (diferencia entre la tasa de captación y la tasa de colocación) a su favor, el interés de las tarjetas de créditos también, el costo de tener una débito igualmente, y el valor de formatos de cheques y copias de certificados es excesivo. Por más bancos que haya, los actuales grupos operan en un mercado monopolístico y de ineficiencia. Esto es demoledor, y hace un tamaño hueco en el presupuesto de los trabajadores.

Otro ejemplo, está en las empresas de telecomunicaciones. Si bien, aparentan operar en un mercado de competencia, concurren en falta de transparencia. La publicidad, que enloquece y picotea al público, afecta la libre elección y evita que el producto se vea tal como es. Se encarece el precio de las tarifas sin consultar a nadie. El cobro de llamadas por minuto en vez de segundo, definitivamente quedó en el aire, con ventaja para los operadores y desventajas para los usuarios. Hoy, en este sector, los monopolios se ponen de acuerdo y dan el raponazo mediante un sistema de facturación que casi nadie entiende.

Esto, son apenas dos ejemplos de la situación que están afrontando los consumidores. Sin duda la calidad de la organización de estas corporaciones tiene notables falencias, sin corregir, y parece que los controles públicos quedaron enanos frente al problema. Ante este panorama, los consumidores tendrían la labor, por cuentan propia, para escalar y encontrar la raíz de lo que está sucediendo, sin la interrupción del consejo palaciego presidencial, el cual entorpecería el cauce para encontrar la verdad. Hasta el Superintendente de Industria y Comercio, que quiso sacar a la luz pública algo que estaba sucediendo, se tuvo que ir. El que llegó en su reemplazo, poco podrá hacer; si a la candela se arrima, se le prende la cola.

Sería un error que el control de las transacciones que se deriven de los negocios, sea terreno imposible de escudriñar por parte de la vigilancia pública. Las autoridades y la justicia están obligadas a evitar que el abuso se quede en las noticias de seis columnas de los diarios del país, mientras la investigación y la sanción se arruma. Lo importante es que la gente crea en la gestión oficial y no desconfíe de sus providencias. Lo contrario, es fomentar el malestar entre los ciudadanos. O todos en la cama, o todos en el suelo, así es la lógica del refrán.

POSDATA: Para esto hay que entender al dibujante francés Paul Gavarni: “Los negocios son el dinero de los demás”

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