EL PERIODISTA DE ANTES

El periodista antes hacía todo. El lector corriente, aquel que le gusta leer diariamente la prensa escrita, muy poco sabe del gran trabajo que hay en los textos que tiene a la vista. El periodista trabaja de día y de noche, veinticuatro horas sin descanso para que el tiempo no sea tan largo. Era un “todero”, ejercía de director, jefe de redacción, editor, reportero, columnista y hasta se metía en el levantamiento de los textos, la corrección, la impresión, la distribución y la facturación. Ayer como hoy, cuando el periodista quiere su oficio, no es un burócrata, se contenta con su buen ejercicio y la alegría de saber que tiene leyentes.

En su labor, leía y releía los escritos de los colaboradores y era un tesonero trabajador porque estaba convencido que ese era su oficio. Velaba por la claridad y sencillez de los textos, muy bien seleccionados para no confundir al lector y establecer una empatía con éste. Se preocupaba por la calidad de la escritura y por la construcción de la oración, con estilo, estética y gramática. Y también por transmitir la verdad.

Hasta hace poco la máquina de escribir fue el instrumento de trabajo más usado del periodista y todavía encontramos a unos viejitos del oficio que no la dejan, porque no  entraron en la modernidad de aprender a manejar computador. Yo tuve una remington y fui un apegado a ella, la archivé cuando llegó el computador, recuerdo bien que lo que quedaba mal escrito se borraba con equis, nunca faltó la copia para el archivo personal impresa mediante el papel carbón.

El periodista compenetrado en su función siempre oía el sonido del teclado de la máquina de escribir, el ruido del linotipo y la caída del lingote, el golpe de la guillotina Challenge, el ruido de la vieja impresora Heidelberg y después la rotativa que emociona con la monotonía del sonido y en su olfato el olor penetrante de la tinta con que se imprimía el periódico, hasta mantenía en su mente el puesto de distribución que mostraba los principales titulares y en el voceador que recorre la ciudad vendiéndolo. Fue un convencido acérrimo de su trabajo integral y lo que no sabía lo preguntaba a sus contertulios, al técnico o al operario.

La ocupación era ardua. Conseguía la pauta publicitaria para la financiación de la edición y recogía los artículos periodísticos entre los colaboradores. Llevaba el material a la imprenta. Se metía en ella para supervisar el trabajo de levante. Sentía el calor del linotipo y conversaba con el linotipista familiarmente. Estaba al pie del operario que ordenaba los lingotes en las galeras. Corregía las copias que en papel de segunda le imprimían y supervisaba la armada de las hojas, seleccionando las noticias o temas que iban en la primera, segunda o tercera.

En su afán por lo mejor, evitaba que las páginas no salieran desteñidas y requería al maquinista surtir de tinta y no se sustraía de vigilar el plegado. Presto a examinar el primer ejemplar que salía y orgulloso de su obra recogía el periódico y repartía unos ejemplares entre sus amigos predilectos. Una vez entregado al público, se preparaba para la facturación y el cobro del valor de los avisos. Al llegar las nuevas tecnologías y las modernas máquinas, sobrevino la especialización y ahora cada cual hace una labor distinta. Y así todo cambió.  

POSDATA: Siguiendo a la periodista Maryluz Vallejo Mejía: Para fundar un periódico solo se necesitaban las ganas, una máquina de escribir, una tertulia de amigos y listo.

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