El fin de la obligación del trabajo le llega un día al hombre y a la mujer. Es el retiro por la pensión que tocó la puerta. O es el retiro cronológico, cuando el desgaste de la vida así lo exige por grave enfermedad o incapacidad física. Si es por achaque o inhabilidad, queda como consuelo afrontar esos estados con vigor acompañado de la familia. El pensionado se encuentra en la tercera edad, y existe para él una cuarta, que tiene que atravesar como continuación de la vida disfrutándola en vez de desperdiciarla. Si prefiere la cama o el ocio, se envejecerá rápidamente y facilitará para que su cuerpo se acerque más rápido a la lápida del cementerio.
El mejor ejemplo, para comprender el retiro, es aquel que se hereda de los que dejaron de ser activos. Unos entendieron que los 50 o 55 o 60 años fueron suficientes para dejar de trabajar, algunos un poco más y otros pasado los 65 todavía no ven el final. Pero la ley oprime tanto al ciudadano que hasta le viola el derecho fundamental al trabajo, cuando le ordena el retiro a determinada edad. Lo acepta humildemente porque no le queda otro camino distinto. Se le echa a escobazos, que es lo que hoy ocurre, sin consideración a la dignidad que él merece. Por eso, habrá que apoyar la corriente de opinión que busca la ampliación de la edad de retiro forzoso que hoy existe en Colombia y en otros países del mundo.
Hay otra categoría de retiro que se consigue cuando el hombre realmente se siente cansado, que quiere quedarse en la casa, de estorbo, prestando oficios primarios, como: pagar servicios públicos, ejercer oficios domésticos o tareas banales o ensuciar lo que la esposa limpia. En este caso cualquier edad es buena para el retiro y no se necesita reglamentación para tal evento.
Sin duda, el retiro legal condena tanto al hombre como a la mujer. Se corre el riesgo de entrar en tristeza profunda, en abandono, o en vacaciones demoledoras que los vuelven pesimistas, o suicidas, o en permanente desvelo en las noches cuando el ser mismo se pinta próximo a la tumba. Son estados perjudiciales para la conservación de la salud y para el manejo de la misma desocupación. A esta situación lamentable se expone el individuo que se retira, siendo muy común en nuestra sociedad. Pascal ya había apuntado sobre este entorno: “Nada es tan insoportable para el hombre que estar en pleno reposo, sin pasiones, sin negocios, sin diversiones, sin aplicaciones. Entonces siente su nada.”
Para el pensionado que entra a otro estatus (y evitar la desolación de su ser), el mejor consejo es que ponga a funcionar el espíritu, el espíritu multiplicador para conseguir nuevas actitudes frente a los días y las horas de la vida que les faltaría por recorrer. Hay que recordar que todavía queda mucho por aprender y hacer mientras las fuerzas fisiológicas, biológicas y el cerebro le permitan a la persona seguir subsistiendo. Lo cierto es que ellas no se agotan si todavía existe el deseo de vivir. Mal haría la criatura humana si deja que el desánimo induzca el desgaste de los órganos vitales cuando éstos todavía no se han depreciado totalmente.
Ciertamente, el avance de la medicina y la farmacia han disminuido la tasa de mortalidad de los habitantes de las naciones, y el cumplimiento de la teoría de Malthus se detiene en la medida que el desarrollo económico y social prospera en los países y las personas logran calidad de vida. O sea, que hombres y mujeres ya no mueren tan jóvenes como antes, sino que han logrado prolongar la vida con el progreso de la ciencia y el mejoramiento de la alimentación. Para complementar la tarea, el conocimiento ha introducido la esterilización del hombre y de la mujer, lo que en suma da lugar a una baja tasa de natalidad. Esta tendencia ha impuesto la necesidad de un núcleo familiar más pequeño, que ya no es de cinco o una docena de hijos, sino de uno o dos. Entonces, habrá que aprovechar el tiempo para vivir más después de los setenta.
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CUANDO LLEGA EL RETIRO
