Todos fuimos testigos de los escenarios de las reuniones de Embajadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington y de Jefes de Estado y de Gobierno del Grupo de Río (GRIO) en Santo Domingo. Por un lado, la OEA, cuya finalidad principal es el fortalecimiento de la paz y la seguridad, la consolidación de la democracia, la promoción de los derechos humanos y el apoyo al desarrollo social y económico y sostenible en América. Por el otro, el GRIO, que es un mecanismo permanente de consulta y concertación política de América Latina y El Caribe. Como se ve, las dos sociedades tienen objetivos y socios distintos.
El origen del problema fundamental para los debates recientes en estos espacios de solución de conflictos entre países americanos y latinoamericanos, fue el ataque aéreo por Colombia a un campamento guerrillero de la FARC, ubicado en territorio de Ecuador. Este hecho provocó la reacción del presidente ecuatoriano y de sus amigos de Venezuela y Nicaragua, con alguna razón, pero sin la observación de la menor norma diplomática y cordialidad que debe existir entre países vecinos y hermanos. A la reunión de la OEA, le siguió la del GRIO, las que terminaron en la designación de una comisión encargada de verificar los hechos sucedidos y una declaración en la que Colombia salió bien librada.
Aparentemente, después de los abrazos presidenciales que vimos a través de la televisión en Santo Domingo (Colombia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua), se sellaba la paz. Cuestión que para un sector ciudadano quedó con muchos interrogantes por resolver, y por ello, se ha considerado que los perdones están muy lejos de representar la consolidación de la concordia, como propósito específico del GRIO. Las heridas, para este grupo de opinión nacional, quedan abiertas, pues se comprobó que existía un apoyo directo de los gobiernos de Chávez, Correa y Ortega a la FARC. Para sellar el asunto, la estrategia empleada por Chávez en la reunión del Grupo de Río, funcionó a la perfección. Mandó a los tigrillos Correa y Ortega que atacaran, y él, como León, terminó cerrando el concierto condicionado a que el Presidente Uribe pidiera nuevamente perdón a Ecuador. Y, así fue. Es tan grave el asunto, que todavía Ortega de Nicaragua, malentendido, legisla sobre el tema limítrofe, desconociendo la observación de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
A pesar de que la Carta de las Naciones Unidas, ordena a sus Estados Miembros, preservar a las generaciones del flagelo de la guerra y de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la soberanía y la integridad territorial de cualquier Estado, en estas dos asambleas no se trató nada acerca de la actitud del Presidente Chávez, que de manera amenazante, ordenó movilizar tropas militares hacia la frontera con Colombia, cuando no había motivo suficiente para ello. Este singular hecho, de provocación, quedó congelado. Pero está pendiente, y deja una preocupación entre los pobladores de la frontera de ambos países, que piensan que el camino armamentista que recorre el gobierno de Venezuela, no es de paz.
No obstante, la hecatombe, el debate ha sido favorable a Colombia y a su Gobierno. Así, se evidencia con el despertar de la Nación y un acrecentamiento del nacionalismo. La aprobación del desempeño del Presidente Uribe por parte de los colombianos, pasa de 78% en noviembre de 2007 a 84% en marzo de 2008. Sin embargo, todo no es color de rosa, Colombia tiene que fortalecer sus nexos, especialmente con los países de Latinoamérica. Un buen Ministro de Relaciones Exteriores, es la base para lograr este objetivo. Se necesita, al frente de este Despacho, un César Gaviria, un Ramírez Ocampo, o un Fernández de Soto.
POSDATA: Jamás se podría olvidar al tratadista inglés Francisco Bacon: “Los ministros tienen que dar cuenta a Dios, al rey y al pueblo”
El origen del problema fundamental para los debates recientes en estos espacios de solución de conflictos entre países americanos y latinoamericanos, fue el ataque aéreo por Colombia a un campamento guerrillero de la FARC, ubicado en territorio de Ecuador. Este hecho provocó la reacción del presidente ecuatoriano y de sus amigos de Venezuela y Nicaragua, con alguna razón, pero sin la observación de la menor norma diplomática y cordialidad que debe existir entre países vecinos y hermanos. A la reunión de la OEA, le siguió la del GRIO, las que terminaron en la designación de una comisión encargada de verificar los hechos sucedidos y una declaración en la que Colombia salió bien librada.
Aparentemente, después de los abrazos presidenciales que vimos a través de la televisión en Santo Domingo (Colombia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua), se sellaba la paz. Cuestión que para un sector ciudadano quedó con muchos interrogantes por resolver, y por ello, se ha considerado que los perdones están muy lejos de representar la consolidación de la concordia, como propósito específico del GRIO. Las heridas, para este grupo de opinión nacional, quedan abiertas, pues se comprobó que existía un apoyo directo de los gobiernos de Chávez, Correa y Ortega a la FARC. Para sellar el asunto, la estrategia empleada por Chávez en la reunión del Grupo de Río, funcionó a la perfección. Mandó a los tigrillos Correa y Ortega que atacaran, y él, como León, terminó cerrando el concierto condicionado a que el Presidente Uribe pidiera nuevamente perdón a Ecuador. Y, así fue. Es tan grave el asunto, que todavía Ortega de Nicaragua, malentendido, legisla sobre el tema limítrofe, desconociendo la observación de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
A pesar de que la Carta de las Naciones Unidas, ordena a sus Estados Miembros, preservar a las generaciones del flagelo de la guerra y de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la soberanía y la integridad territorial de cualquier Estado, en estas dos asambleas no se trató nada acerca de la actitud del Presidente Chávez, que de manera amenazante, ordenó movilizar tropas militares hacia la frontera con Colombia, cuando no había motivo suficiente para ello. Este singular hecho, de provocación, quedó congelado. Pero está pendiente, y deja una preocupación entre los pobladores de la frontera de ambos países, que piensan que el camino armamentista que recorre el gobierno de Venezuela, no es de paz.
No obstante, la hecatombe, el debate ha sido favorable a Colombia y a su Gobierno. Así, se evidencia con el despertar de la Nación y un acrecentamiento del nacionalismo. La aprobación del desempeño del Presidente Uribe por parte de los colombianos, pasa de 78% en noviembre de 2007 a 84% en marzo de 2008. Sin embargo, todo no es color de rosa, Colombia tiene que fortalecer sus nexos, especialmente con los países de Latinoamérica. Un buen Ministro de Relaciones Exteriores, es la base para lograr este objetivo. Se necesita, al frente de este Despacho, un César Gaviria, un Ramírez Ocampo, o un Fernández de Soto.
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