El mes de diciembre pasado fue de expectativa para la clase trabajadora pobre, constituida por los que todavía tenían empleo dependiente, cuando atenta esperaba el aumento salarial del que sospechaba iba a ser decepcionante. Los que no estaban en esa masa preferente de personas seguían en la misma miseria de siempre y con igual ilusión de lograr una ubicación en una empresa privada o pública para mitigar el hambre. El aumento salarial decretado por el gobierno nacional para 2010 cayó como un balde de agua fría en la población de salario mínimo mensual (SMM), insuficiente frente al aumento de costo vida real, que no es el mismo del DANE y que seguirá siempre diferente mientras la estadística siga en manos del poder ejecutivo.
El incremento del SMM no era el esperado, fue el 3,64%, lo que finalmente acabó con la esperanza de una cifra mayor, proyectada por los sindicatos de trabajadores en 7%. No era para menos. Estamos viviendo en un país de sorpresas, una tras otra, porque el clima politiquero atrapa y ensucia a todas las dependencias oficiales, impone un nuevo estilo de gobernar los asuntos públicos, complace sin pudor a la clientela a medida que el debate partidista avanza y se concentra en los aspirantes al Congreso Nacional y en el futuro Presidente. El triste aumento del SMM de $18.100 quedó tan exprimido que no dio lugar para cambiar los hábitos de alimentación estancados en el arroz, la lenteja, el plátano, la papa y los desechos de carne.
Y siguieron las sorpresas, en este caso para los que estaban esperando desde hace cuatro años o más incorporarse al mercado laboral. Desgastaron más de un par de zapatos y centenares de fotocopias para sacar los papeles (que llenan los archivos de las empresas y entidades ocupando a los jefes de personal y sicólogos), en busca de algo, pero se vencieron al no lograr el cupo soñado. El desempleo que siguió su ascenso, como lo observamos en las calles y avenidas de las ciudades, aumentó la desesperación dentro del seno familiar al cerrarse la puerta del cenáculo laboral. La cifra de 2009 de 12% de desempleo quedó en duda como fue el incremento del costo de vida de 2%.
El dato que suministró el DANE al finalizar el mes de enero pasado sobre población empleada y desempleada merece una reflexión, una cosa son las cuentas gubernamentales que repite mecánicamente la prensa y otra es la realidad que viven los colombianos de a pie. Veamos el enjundioso acertijo. El mercado laboral de 2008 a 2009 incorporó a 1.416.000 personas, pero los desocupados aumentaron en 335.000 y los subempleados en 1.061.000, o sea que hay 1.396.000 nuevos cesantes. El total de parados equivale a 49.6% de la población que aspiraba a trabajar durante el año 2009. A simple vista, es preocupante que el sector productivo tan solo haya podido absorber el 50.4% del total en capacidad de laborar en ese lapso de tiempo.
O sea que la máquina productiva se quedó corta frente a la necesidad de creación de empleo y el plan de reactivación del gobierno apoyado en la inversión pública y los estímulos a la construcción de vivienda fue insuficiente. Contento está la mayoría de los aspirantes a senadores y representantes recibiendo la corriente de dinero proveniente de oscuros ilícitos que llegan a borbotones con la bandera de la doble moral. La podredumbre que observa el ciudadano será corroborada con el tiempo, cuando tengamos que lamentar la tramoya que se impondrá en el nuevo Congreso que se instala el próximo 20 de julio.
POSDATA: Si estuviera vivo, repitiera el tratadista francés Jean de M. La Bruyere: “Es difícil decidir si la incertidumbre hace al hombre más desgraciado que despreciable.”