Hay ciudades en Colombia en las que el progreso se observa y los habitantes sienten los grandes cambios surgidos de la modernidad: limpias por su arborización y dotadas de amplios espacios públicos, cómodas por sus buenas vías y transporte, con excelentes servicios públicos, edificios oficiales conservados y aseados, comercio organizado, autoridades y moradores amables y respetuosos de las leyes de convivencia y contentos con lo que tienen y finalmente, caracterizadas por la presencia de alcaldes preparados para gobernar, con conocimiento de lo que hacen y reverencia a las leyes de transparencia en la contratación de obras públicas.
Para desgracia de la vida urbana, de esas hay pocas. Está la otra ciudad, la que encontramos a lo largo y ancho del país: desordenadas y convulsionadas por la mala calidad del medio ambiente, pésimos servicios públicos y de transporte urbano, confuso comercio, habitadas por personas que no valoran lo que tienen y sin prácticas de convivencia, y lo peor de todo, alcaldes deshonestos echándose el dinero público al bolsillo y sin preocupación por el progreso y el mejoramiento de la vida urbana.
Para los griegos, la ciudad es un sitio que distingue al hombre civilizado, donde se integran los intereses individuales y del Estado hacia el objetivo de conseguir el bienestar común y la participación de sus habitantes en los asuntos públicos. La ciudad griega, la constituye la integración de sus habitantes más que el propio territorio. La ciudad antigua concebida por los griegos, es una fortaleza para armar la moderna de hoy fotografiada por urbanistas, ecologistas y economistas, puesto que conduciría a una perfecta. Este concepto es válido y pone de acuerdo a muchos: las ciudades que mejor funcionan son aquéllas en que la solidaridad entre los ciudadanos está arraigada en la forma de pensar y de actuar.
De modo que vale la pena retomar la concepción de la ciudad griega, que cohesionada por intereses propios conduciría a construir la “ideal”, como una aspiración de vida cómoda y forma de organización perfecta de sociedad civil. No es lo mismo regionalismo, concepto común entre la gente, que la ciudad de los griegos, el regionalismo corresponde a otra apreciación subjetiva con el fin de defender el sitio de nacimiento sin ninguna otra consideración, así sea éste una pocilga.
El mejor modelo de ciudad es a la que aspira todo ser humano, es la de la cohesión ciudadana para actuar y buscar el bienestar común como denominador predominante de las relaciones sociales y fundamental para aprender a elegir sus gobernantes, pues de esa manera se abre la posibilidad del progreso individual y colectivo, creándose el ambiente propicio para la vida en comunidad. El camino que recorren muchas de nuestras ciudades es el peor escogido.
POSDATA: A los lectores les deseo, que acompañados de sus familias, pasen felices la noche buena del 24 de diciembre.
Para desgracia de la vida urbana, de esas hay pocas. Está la otra ciudad, la que encontramos a lo largo y ancho del país: desordenadas y convulsionadas por la mala calidad del medio ambiente, pésimos servicios públicos y de transporte urbano, confuso comercio, habitadas por personas que no valoran lo que tienen y sin prácticas de convivencia, y lo peor de todo, alcaldes deshonestos echándose el dinero público al bolsillo y sin preocupación por el progreso y el mejoramiento de la vida urbana.
Para los griegos, la ciudad es un sitio que distingue al hombre civilizado, donde se integran los intereses individuales y del Estado hacia el objetivo de conseguir el bienestar común y la participación de sus habitantes en los asuntos públicos. La ciudad griega, la constituye la integración de sus habitantes más que el propio territorio. La ciudad antigua concebida por los griegos, es una fortaleza para armar la moderna de hoy fotografiada por urbanistas, ecologistas y economistas, puesto que conduciría a una perfecta. Este concepto es válido y pone de acuerdo a muchos: las ciudades que mejor funcionan son aquéllas en que la solidaridad entre los ciudadanos está arraigada en la forma de pensar y de actuar.
De modo que vale la pena retomar la concepción de la ciudad griega, que cohesionada por intereses propios conduciría a construir la “ideal”, como una aspiración de vida cómoda y forma de organización perfecta de sociedad civil. No es lo mismo regionalismo, concepto común entre la gente, que la ciudad de los griegos, el regionalismo corresponde a otra apreciación subjetiva con el fin de defender el sitio de nacimiento sin ninguna otra consideración, así sea éste una pocilga.
El mejor modelo de ciudad es a la que aspira todo ser humano, es la de la cohesión ciudadana para actuar y buscar el bienestar común como denominador predominante de las relaciones sociales y fundamental para aprender a elegir sus gobernantes, pues de esa manera se abre la posibilidad del progreso individual y colectivo, creándose el ambiente propicio para la vida en comunidad. El camino que recorren muchas de nuestras ciudades es el peor escogido.
POSDATA: A los lectores les deseo, que acompañados de sus familias, pasen felices la noche buena del 24 de diciembre.