EL COMPADRE DAVID SÁNCHEZ JULIAO

“Que había muerto. Fue lo primero que se supo. La noticia llegó escueta, limpia, sin detalles. Quienes vivíamos por aquí aplazamos los oficios para tomar la trocha que bordea el río y así poder llegar….” Así comienza “Dejaquedigan”, cuento del escritor y amigo David Sánchez Juliao, al que le dimos el adiós para siempre. Igual que en el principio de su cuento, sucedió al amanecer del miércoles pasado, y la noticia, a través de los canales de radio y televisión, se regó a lo largo y ancho de toda Colombia. De David, nos queda la imagen de su alegre y sonora risa que jamás podría olvidarse porque el tiempo difícilmente podrá desaparecerla. Y también queda el recuerdo del hombre, que por sus grandes cualidades humanas, se convirtió en un ser eminentemente social. ¡Pocos son de ese material!

De él permanecen en mi biblioteca sus libros, con afectuosas dedicatorias que, uno a uno, dan cuenta de su larga carrera literaria. Y a pesar de que su amistad fue bien correspondida, él daba más que pedir. Convertía los nombres de sus amigos en personajes de las historias y novelas que escribía. En su obra “Buenos Días América” me incluyó como protegido de don David Lavalle, prócer cívico, hombre de letras, musicólogo y ganadero y para reafirmar ese vínculo, a mi hijo Max lo situó como un cumplido asistente a las tertulias del mentidero “El Karkadé”. Me integró a la hegemonía liberal Lavalle-Vergara, y puso a funcionar la lengua de Ciro López, enemigo de esta hegemonía, diciendo que entre mi hijo Max Vergara y Susana hija de David Lavalle había unos amoríos, dizque “continuación del síndrome feudal”.

Lo mismo hizo en su cuento “El Fosforito”, escogiéndome de personaje, sin que hubiera lugar a decirle no. Simplemente, porque cuando uno se informaba de la novela o del cuento ya estaba editado. Nada se podía hacer, esa era su costumbre, y con él se gozaba el hecho con el buen humor que le ponía al asunto. No había reproche de quienes tuvimos el honor de participar en las historias y novelas de David. No era otro el motivo que lo inspiraba: brindar un homenaje a sus amigos. A todo le ponía el azúcar de la existencia humana.

Defendía y practicaba la vida social del Caribe, era un aficionado exagerado de nuestras costumbres y no se perdía de una buena comida regional en vez de otra. Eran frecuentes las visitas a sus allegados. En Montería, no había encuentro en que él eludiera “la tarifa”, nombre que le había puesto al acto de tomarnos cada uno dos o tres güisquis antes de la cena. Y de postre, una torta de casabe untada de arequipe: “compadre, esto se llama oblea sinuana”, me dijo un día.

El inventario literario de David Sánchez Juliao queda aquí en la tierra. Lo que sí se llevó David fue el placer de haber disfrutado demasiado, y como viajero empedernido, no le quedó tan lejos el cielo.

POSDATA: Del humanista italiano Francesco Petrarca, queda el mensaje: “Una bella muerte llena toda una vida de honor”.

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