La leyenda de El Dorado. La noticia la llevó un indio a Quito: el cacique Guatavita se bañaba en una laguna situada al norte y en honor a sus dioses, arrojaba al agua ofrendas de oro y esmeraldas. Semejante escena fue la que atrajo a los conquistadores, Sebastián de Belalcázar, Nicolás de Federmán y Gonzalo Jiménez de Quesada, entre otros. Motivados por la reseña salieron en busca de El Dorado. Otra historia se apoya en el siguiente aforismo: “Desgraciado el Perú si se descubre el Sinú”. La fábula llamó la atención de muchos extranjeros y motivados penetraron el Sinú. Uno de ellos, Luis Striffler, dice: “se me habló de playas en que el oro se encontraba por montones, de cerros adornados de piedras preciosas como la dama más engalanada en un día de baile. En resumen, era el dorado más buscado…”
En Colombia tanto El Dorado como la riqueza del Sinú tuvieron benefactores. La tarea que emprendió España para conquistar a nuestras tierras apoderándose de los tesoros fue espeluznante y en cierto grado arbitraria, sufrieron los nativos toda clase de atropellos y los del Sinú no fueron la excepción. Desde tiempos remotos hemos sido testigos del empeño humano por encontrar la riqueza. El dinero es un desvelo del ser humano y en ocasiones lo enreda hasta el cuello. En la medida que la sociedad se ha venido desarrollando, el trabajo y los negocios, como objeto de la economía, son los medios que las personas utilizan para hacer dinero y conseguir la felicidad material. Porque el dinero es un sueño humano en el desarrollo de la economía occidental.
Por lo común el amor del hombre por el dinero lo materializa satisfaciendo sus necesidades apremiantes. Con las empresas, el trabajo tesonero, la investigación, la ciencia y la tecnología se generan riqueza, o en el extremo está el ejercicio por el forajido de actividades irregulares o ilícitas. Los medios lícitos son plausibles. Pero lo grave es buscar la fortuna sin medir las consecuencias sociales cuando el hombre en ese propósito quebranta la ley y las reglas éticas. Este común denominador es el que ahora está haciendo daño en la sociedad, se convirtió en una constante mental que seduce a muchos actores sociales.
Los grandes escándalos de corrupción que comprometen a particulares y funcionarios públicos nublan el panorama de la Colombia decente. Frente a lo que está sucediendo, la justicia es insuficiente en ciertos casos, al considerar que el presunto implicado en extravagante corrupción merece un trato especial, si bien a éste se le debe respetar la dignidad, no es justo que salga de la cárcel en poco tiempo a falta de una drástica sanción. Así no hay correspondencia entre el daño moral y la pena que se le impone al criminal, como tampoco sería ejemplarizante para que otros miembros sociales se aparten del mal camino.
La infracción de la ley no da tregua, la inobservancia resulta una tras otra dejando al ciudadano exhausto, se acuesta con una esperanza y se despierta con un nuevo desconcierto al ver que las cosas no mejoran sino que empeoran. Y siempre terminan en lo mismo: ¡aquí no ha pasado nada!
POSDATA: ¡Oh miseria humana, a cuántas cosas te sometes por el dinero!, razón tenía el tratadista italiano Leonardo de Vinci.