Frente al abuso de los fabricantes y distribuidores de bienes y servicios de Colombia resulta la legislación corta, sin la posibilidad de sanción a las trampas que hacen los empresarios para evadir la aplicación de las débiles normas que sobre extralimitación existen. La Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) que tiene a su cargo, entre otras funciones, la de velar por la observancia de las disposiciones sobre protección del consumidor y fomentar la calidad en los bienes y servicios, es la entidad estatal que debe controlar los abusos que prospecten o ejecuten los agentes del mercado.
Son muchos los sistemas de oferta que se inventan los productores y comerciantes para vender más, y eso está bien, siempre y cuando no se engañe al consumidor. La promoción es uno de ellos. Pero resulta que el buen propósito queda desvanecido cuando se convierte en mentira y por medio de ese mecanismo se tima al comprador al limitarla mediante rompecabezas: “aplican términos y condiciones” o “hasta agotar existencias”. El cliente nunca sabe cuáles son los tales términos y condiciones como tampoco la cantidad de las existencias que se ponen en venta.
Por ejemplo, en el primer caso, si se ofrece detergente, cuando el consumidor va a comprarlo le responden que la promoción rige para cierta marca y en el segundo caso, sucede algo parecido, le informan que ya el producto se agotó cuando apenas han pasado dos o cuatro horas de haberse abierto el gran almacén. Como costumbre comercial esto ha echado raíces hasta el punto que el consumidor prefiere el silencia a la denuncia quedando la trampa legalizada. Frente a estos casos, la SIC no cuenta con una normatividad clara para prevenir y castigar la restricción que impone el proveedor al consumidor. En un mercado competitivo no deben existir condiciones o restricciones ni limitaciones a las existencias de inventarios. Las promociones deben llevarse a cabo a la luz del día y con trasparencia, que es lo que ha faltado.
Otra usual artimaña de los comerciantes son los “puntos”, que acumulan los clientes por sus compras. En algunos almacenes la redención se limita a mercaderías descontinuadas o de mala calidad sin que el consumidor pueda reclamar sobre el engaño. A estas malas prácticas se agrega la de los restaurantes que en las listas de precios de los menús no incluyen el IVA, es otra manera de astucia comercial. No se quedan atrás, las cadenas privadas de televisión: RCN y Caracol que, sin el menor respeto a la teleaudiencia, cambian el horario de la programación con la rapidez que se quitan las corbatas los excéntricos presidentes de estas compañías.
La SIC y demás órganos de control quedan impávidos frente a los hechos y sin dientes para morder la dureza de la piel de ciertos empresarios, comerciantes y propietarios, que a pesar de que violan la prohibición de hacer publicidad engañosa, insisten en lo mismo. El caso de Ricostilla con su oferta de ollas de presión no se ha cerrado. La SIC tiene la palabra.
POSDATA: Ya estaba escrito por el tratadista francés La Rochefoucauld: “El mejor medio de ser engañado es creerse más astuto que los demás.”
Son muchos los sistemas de oferta que se inventan los productores y comerciantes para vender más, y eso está bien, siempre y cuando no se engañe al consumidor. La promoción es uno de ellos. Pero resulta que el buen propósito queda desvanecido cuando se convierte en mentira y por medio de ese mecanismo se tima al comprador al limitarla mediante rompecabezas: “aplican términos y condiciones” o “hasta agotar existencias”. El cliente nunca sabe cuáles son los tales términos y condiciones como tampoco la cantidad de las existencias que se ponen en venta.
Por ejemplo, en el primer caso, si se ofrece detergente, cuando el consumidor va a comprarlo le responden que la promoción rige para cierta marca y en el segundo caso, sucede algo parecido, le informan que ya el producto se agotó cuando apenas han pasado dos o cuatro horas de haberse abierto el gran almacén. Como costumbre comercial esto ha echado raíces hasta el punto que el consumidor prefiere el silencia a la denuncia quedando la trampa legalizada. Frente a estos casos, la SIC no cuenta con una normatividad clara para prevenir y castigar la restricción que impone el proveedor al consumidor. En un mercado competitivo no deben existir condiciones o restricciones ni limitaciones a las existencias de inventarios. Las promociones deben llevarse a cabo a la luz del día y con trasparencia, que es lo que ha faltado.
Otra usual artimaña de los comerciantes son los “puntos”, que acumulan los clientes por sus compras. En algunos almacenes la redención se limita a mercaderías descontinuadas o de mala calidad sin que el consumidor pueda reclamar sobre el engaño. A estas malas prácticas se agrega la de los restaurantes que en las listas de precios de los menús no incluyen el IVA, es otra manera de astucia comercial. No se quedan atrás, las cadenas privadas de televisión: RCN y Caracol que, sin el menor respeto a la teleaudiencia, cambian el horario de la programación con la rapidez que se quitan las corbatas los excéntricos presidentes de estas compañías.
La SIC y demás órganos de control quedan impávidos frente a los hechos y sin dientes para morder la dureza de la piel de ciertos empresarios, comerciantes y propietarios, que a pesar de que violan la prohibición de hacer publicidad engañosa, insisten en lo mismo. El caso de Ricostilla con su oferta de ollas de presión no se ha cerrado. La SIC tiene la palabra.
POSDATA: Ya estaba escrito por el tratadista francés La Rochefoucauld: “El mejor medio de ser engañado es creerse más astuto que los demás.”