CIUDADES DECADENTES

La administración de una ciudad es algo complejo y comúnmente se cree que cualquier analfabeto puede hacerlo. Se necesitan buenos alcaldes. Bueno, es, en superlativo: preparados, civilizados y cultos. Recurriendo al diccionario, persona con conocimiento administrativo, avezado en su ciencia, arte, ideas y costumbres, que le permitan desarrollar un juicio para la toma de decisiones. Con esa cualidad muy pocos califican para conseguir la envestidura. No obstante, existir esa limitante, hay que exigir más. Sin embargo, el elector nunca se fija en eso y en la mayoría de las ocasiones escoge al peor de los ciudadanos para desempeñarse.

Se creía que la situación iba a cambiar a partir de la elección popular de alcaldes. Así, la gente elegiría independientemente. Hecho que debía traducirse en la libertad para distinguir entre lo bueno y lo malo y como instrumento de rechazo, se preveía que prosperaría el voto en blanco. Pero no ha sido así. Los políticos impusieron las condiciones, valiéndose del ejercicio clientelista conservaron los privilegios y todos los defectos del viejo sistema electoral orientando las decisiones de la generalidad de los votantes.

Como consecuencia de la continuación del estado de cosas, se tienen grandes dificultades en la administración de las ciudades. Cantidades de ellas están estancadas, no progresan material y socialmente. Algunas se desarrollan lentamente, sin correspondencia con la cantidad de plata que reciben por concepto de impuestos y participaciones nacionales.

El ordenamiento espacial y el bienestar ciudadano son objetivos de muy pocos gobiernos locales. Uno ve que los alcaldes no están comprometidos, verbigracia, en el fomento del empleo, tan esencial en el mantenimiento de la vida humana. Para muchos, a pesar de ser un fin social fundamental, piensan que es una función del gobierno nacional. Lo que sí se observa es que los dineros públicos municipales y distritales se desperdician, yéndose al hoyo profundo de la corrupción y ante los ojos del control público.

Los pequeños municipios están en manos del cacicazgo tradicional que domina las elecciones populares a su antojo y señala de antemano al elegido. Los concejos municipales que todavía son verdaderos focos de corrupción, no cumplen con el ejercicio de control político, en virtud del cual, están obligados a vigilar la materialización de la planeación como instrumento de desarrollo urbano. A causa de ese vacío, algunas ciudades son un verdadero revoltillo, funcionan con un caos insoportable. Desorden por todas partes, plazas de mercado, hospitales, fábricas, talleres, hoteles, centros de diversión, etcétera, mal ubicados y servicios públicos deficientes y caros.

La politiquería y la falta de poder ciudadano se hacen evidentes. El número de concejales es muy grande, al igual que el Congreso Nacional. Montería operaría perfectamente con siete concejales y hoy tiene diecinueve. Bogotá con veintiuno y tiene cuarenta y cinco. Medellín con once y tiene veintiuno. Cartagena con nueve y tiene diecinueve. Los distritos y municipios se ahorrarían una gran cantidad de plata si se reduce el número de concejales y por consiguiente, el rendimiento sería superior. Entre ratones: ¿Quién le pone el cascabel al gato?

POSDATA: Recurriendo al dramaturgo francés Moliere: “La fuerza, ¿no está originada por la falta de armonía entre los hombres?

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