DESPUÉS DE LA TORMENTA

A estas alturas, transcurridos veinte días de la iniciación del paro agrario, los habitantes de Boyacá, Caquetá, Cauca, Cundinamarca, Huila, Nariño y Putumayo siguen sufriendo sus consecuencias. Lo cierto es que la mayoría de los campesinos indignados están en el centro y sur-occidente del territorio, pero por lo que se observa en la Costa Caribe no hay descontento, esporádicamente se presentaron pequeñas grescas sin mayor trascendencia, lo cual da a entender que esta zona del país carece de campesinos. ¿O será que no salieron porque tuvieron miedo a la represión?
Para resolver un problema de los habitantes de Colombia hay que dictar una ley, es la sentencia tradicional. De esa manera piensan los dueños del gobierno de turno y la dirigencia nacional cuando enfrentan un malestar ciudadano. Es una forma de evadir la responsabilidad que tienen los políticos y los altos funcionarios del Estado de resolver los conflictos surgidos de la propia vida, de las necesidades públicas insatisfechas, de las relaciones entre los ciudadanos y el Estado y entre éstos y las empresas privadas.
El paro agrario fue de gran magnitud por haber estallado casi simultáneamente con el de los mineros, el cual venía siendo apoyado por otros grupos sociales indignados por la situación de marginamiento y de pobreza. Algunas ciudades y pueblos fueron aislados a causa de los bloqueos de carreteras y del vandalismo descontrolado que ejecutó la violencia y el saqueo a los abastecimientos, dejando a la población sin suministro de alimentos y bienes vitales con destrucción de la riqueza de personas ajenas a la queja popular.  
El gobierno nacional entró en una etapa de galimatías mental, que bajo el pretexto del ejercicio democrático, facilitó que el pillaje se tomara la protesta. La ausencia estatal fue notoria en cuanto a ministros, viceministros y secretarios que no atendieron con prontitud el reclamo de la gente. Lo que es claro es que hay un reparto de atribuciones entre los ministerios y entidades estatales que no daría lugar a justificación de la negligencia en momentos en que se necesitaba el resplandor. A los ministros correspondientes les haría bien un tratamiento de tanatoestética o la renuncia. Con autorización superior, la ausencia ministerial se reemplazó con la presencia del secretario general de la presidencia de la república Aurelio Iragorri descendiente de la casta política recalcitrante de Popayán.       
Bien se sabe que los colombianos tienen demasiados derechos, derechos que están establecidos en la constitución política y en las leyes, pero son limitados por los deberes y obligaciones que les imponen las mismas normas. Así como a las personas se les garantiza la libre asociación y al pueblo reunirse y manifestarse públicamente, la talanquera está en que deberá hacerse de manera pacífica. En caso de quebrantarse uno de los deberes, como sucedió, hubo lugar al desorden y a la violencia. 
El paro agrario se salió del carril, ya que la regla del respeto de los derechos ajenos y no abusar de los propios fue desatendida. El presidente de la república cuando desconoció el monstruo de la queja cometió un error y aunque posteriormente lo reconoció, el daño ya estaba hecho. Una vez retractado, el comportamiento presidencial fue de tolerancia frente a los excesos que estaban en marcha y pronosticaban un desarrollo libertino que fue aprovechado por grupos antisociales apoyados por facciones políticas en ascenso. ¿Esto quedará como experiencia para el segundo periodo presidencial de Santos?

POSDATA: Presente el consejo del dramaturgo inglés Bernard Shaw: “Los hombres son sabios en proporción no a su experiencia, sino a su capacidad para la experiencia.”
(06-09-13)

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