Hace apenas
dos meses falleció en la ciudad de Montería Aníbal José Vergara Figueredo. Fue
para mí, a la vez: hermano y amigo. Siempre estuvo más cerca que los otros del
vástago. Había nacido en Montería del matrimonio formado por don Miguel José
Vergara Pineda y doña Lucila María Figueredo Revueltas. Bachiller del colegio
Fernández Baena de Cartagena, Economista de la Universidad Gran Colombia de
Bogotá y además, Contador Público de la Universidad Javeriana de esta misma
capital.
Durante su
vigencia profesional ocupó varios cargos en el Banco de la República en Bogotá,
y en otros sitios, como Gerente del mismo banco en la ciudad de Montería y
luego Auditor en Medellín. Una vez concluida su vida laboral en el banco, se
desempeñó en la actividad privada montando negocios que fueron de
entretenimiento personal. Ejerció la profesión decentemente, de manera
intachable y dejó un legado de ejemplos de buen ciudadano.
Se casó con la caleña
Luz Inés Torres, ya fallecida, con la cual tuvo tres hijos: el Ingeniero Civil
José Fernando, la Ingeniera Industrial Bibiana Eugenia y la Bióloga Marina
Julia María. El mayor golpe recibido durante su
existencia matrimonial fue la pérdida de su hija menor Natalia, quien falleció
de corta edad en un accidente. Ese suceso trajo consecuencias emocionales en la
familia, las cuales, después de muchos años transcurridos el hogar pudo
superarlas.
El mayor
tiempo de supervivencia pasó en la ciudad de Bogotá. Los que lo
conocieron en la época de la adolescencia, la reconstruyen viéndolo tocar la
armónica y fundirse en un as para soplar y aspirar las cámaras de este aparato
musical. También de joven intentó aprender acordeón, pues pensaba que una y
otra era parecida, una funcionaba con la boca y la otra con los dedos de las
manos, fue así como se hizo a una Meteor alemana que en poco tiempo arrinconó,
no obstante el aparato se conserva como una joya y en perfectas condiciones
materiales y de funcionamiento.
De él queda
en la memoria de sus familiares y allegados el permanente entusiasmo de ejercer
y disfrutar la vida, el gusto por la música, las comidas y las costumbres de la
gente monteriana y la admiración por los atardeceres de verano del valle del
Sinú. Se distinguió por su dulcedumbre voz para tratar a los demás. Por esa
cualidad, sus amigos de juventud lo apodaron “el hombre del hablar cómodo”. Fue
un acucioso analítico tanto de las costumbres de la gente de la costa caribe
como de la del interior del país, este apego examinador le sirvió para sacar
conclusiones sobre lo bueno o malo de sus coterráneos, y a la vez para
confirmarse en un ferviente complaciente de la espontaneidad costeña.
Sus últimos
treinta meses de vida residió en la ciudad de Montería. Siempre Aníbal José
consideró a la soledad como la enemiga número uno y por ese motivo la
detestaba. Y finalmente, murió en la tierra que tanto amaba, en la cual siempre
quiso vivir permanente, pero aun cumpliéndose ese deseo el curso duró
poco.
POSDATA: Escrito por la poetisa griega Erina: “La vida no es
más que un punto donde el hombre espera el amor, la gloria y la fortuna; la
única que acude a la cita es la muerte.”
(31-01-14)