A Colombia le fue bien, por el fútbol se integró la nación y los
colombianos mostraron su nacionalismo. James Rodríguez se lució y ganó el
premio Bota de Oro, mejor goleador del mundial. Asimismo el equipo de Colombia
fue premiado con el Fair Play (Juego Limpio) de la FIFA. Ambos son méritos que
nos orgullecen. Es indiscutible que el hecho de no jugar Radamel Falcao García,
le dio el paso a James para convertirse en el futbolista estrella de Colombia.
A Brasil no le fue tan bien, a pesar de que tuvo la sede del mundial
de fútbol y llenarse de expectativas el resultado es menor. Para los
aficionados la pérdida del equipo frente Alemania llenó de lágrimas las gradas
del estadio de Belo Horizonte y hubo hasta desmayo de simpatizantes. Fuera de
eso, previo al mundial, el pueblo consideró excesivo los gastos en escenarios
deportivos frente al abandono de las necesidades sociales de la nación, lo que
dio lugar a las protestas de millones de brasileños contra el gobierno de Dilma
Rousseff. Por eso su reelección está en juego.
Hoy en Brasil el descontento popular está latente, la derrota del
equipo fue un hecho sin precedentes, cuando lo que el gobierno esperaba era el triunfo
para aplacar al público. Al país lo carcome la pobreza y la miseria, es una
nación de 200 millones de personas, primera economía de América Latina, segunda
de América después de Estados Unidos y la sexta del mundo, con 20 millones de
pobres, otros 20 millones que comen escasamente una vez al día y 6 millones sin
casa viviendo arrumados, según la revista Newsweek.
El proyecto de inversión en el mundial de fútbol 2014, que había sido
calculado en 3.500 millones de dólares se disparó a 5.000 millones (sin contar
preparativos), según el Comité Organizador de la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA
2014. Frente a semejante diferencia, el Tribunal de Cuentas del país ha iniciado
una investigación para determinar los sobrecostos en la inversión pública, puesto
que se relaciona esa elevación del proyecto con la corrupción, es decir, la
posible conexión que existió entre las empresas constructoras y las ayudas
empresariales a los políticos del país.
Se dice públicamente que una gran parte de la infraestructura
deportiva en que se gastó la plata será inútil en el futuro, ya que no hay
gente para llenar los estadios después del mundial. Por ejemplo, los escenarios
de Manaos, Brasilia, Natal y Cuiabá, por ahora no podrán verse ni siquiera
medio llenos. Prosperó la extravagancia gubernamental, pues la ostentación del gobierno
sobrepasó la recomendación de la FIFA en el sentido de que ocho estadios eran
suficientes frente a los doce que se edificaron.
Indudablemente al país le queda una enorme carga fiscal que es
mantener las locaciones deportivas que por ahora no generarán ningún ingreso,
como tampoco se esperarían nuevos empleos que pudiesen beneficiar a los
habitantes locales. Lo que ha pasado en Brasil es una lección para los países
en desarrollo y pobres de la América Latina y del mundo. Y la lección es
concretamente para Colombia.
Aquí hay copiosamente necesidades en materia social, por ejemplo, el
departamento del Chocó y Buenaventura son muestra de esas penurias. Y aquellos
gastos excesivos en eventos internacionales comprometen recursos públicos que
bien pueden dedicarse a soluciones de necesidades internas urgentes. Concluido
el mundial, quedan por reconocer los esfuerzos de los futbolistas y cuantificar
los litros de saliva y de sudor que ellos derramaron sobre la gramilla de los
estadios.
(18-07-14)