Cada año observamos lo mismo. A la altura del
alba, como si estuvieran compitiendo, las emisoras nacionales y algunas locales
despiertan a toda Colombia. Y los periódicos escritos y la TV igualmente. Así
sucede cada 13 y 18 de agosto, recordando hechos que causaron repudio nacional,
quizás más que eso, asco. El 18 de agosto de 1989 fue asesinado Luis Carlos
Galán por manos del narcotráfico que se alió con personajes de la vida política
y administrativa. Y el 13 de agosto de 1999 fue acribillado el periodista y
humorista Jaime Garzón obedeciendo a un mandado de un jefe paramilitar.
De una fecha a otra apenas hay un intervalo de
casi diez años. Durante ese mismo tiempo no han cesado los crímenes atroces, incluido
el de secuestro, en contra de gente de bien y comúnmente de periodistas que se
enfrentan a la corrupción administrativa y política del país, al narcotráfico y
a sus aliados los paramilitares y narcopolíticos y a la guerrilla. Son
asesinatos repetitivos que desgraciadamente en nuestro medio no conmueven a toda
la república como debiera ser, pero sí a tantos millones de colombianos.
Sin embargo, una parte de esa gente unida siente
que esos crímenes sucedieron ayer, pues es la manera de solidarizarse con una
situación que atenta contra la vida humana de la nación. Han pasado veinticinco
y quince años de los dos homicidios, respectivamente, y los fiscales y jueces
de la república se han mostrado incompetentes para judicializar y condenar a
los verdaderos autores intelectuales y a sus redes mafiosas de agentes que
actuaron conjuntamente para cometer esos ilícitos y otros más.
La gente frente a los centenares de hechos
atroces se encuentra atrapada ya que no ve la luz tan cerca. Mientras el
Presidente de la República pregona que estamos bien y nos pinta un país con
futuro, muchos piensan distinto porque observan que la violencia incitada ocultamente
sigue latente. Es que además, la corrupción administrativa y política que roba
los recursos públicos es una aliada incondicional que la acompaña de manera
descarada. En tanto no se le haga frente a esta vergüenza es casi imposible
lograr la concordia que se quiere.
No obstante que hay una intención oficial de
dientes para afuera de atacar la corrupción, todavía falta una política pública
sólida y en su ejecución un compromiso del gobierno nacional y de sus órganos
de control de acabarla definitivamente. Hay hechos oficiales que contradicen
esa posibilidad así como vamos. El régimen presidencial permite controlar todo
el aparato público y los gobernadores y alcaldes no pueden andar como ruedas
sueltas. La descentralización tiene sus límites y hay agentes locales que se
están sobrepasando.
POSDATA UNO: Parece que en Colombia para ciertos casos se puso de moda el proverbio
de San Jerónimo: “Todo rico o es un
ladrón o heredero de un ladrón.”
POSDATA
DOS: No es la mermelada que endulza, es el CVY que enriquece y alegra el
espíritu de muchos políticos y de sus aliados. Por supuesto también les da
felicidad. Pues no gastan lo suyo, gastan el dinero de la bolsa fiscal que se nutre
de los impuestos que pagamos los colombianos y además, ahorran para socorrerse
y ascender en la pirámide con el fin de alcanzar un alto estatus social y
seguir mandando.
(15-08-14)
(15-08-14)