Todavía casi nadie entiende una parte del
aviso con que adornan los veinte senadores del Uribismo el stand (de hombres y
mujeres, no de frutas) del congreso de la república: “Soy opositor No criminal”.
A pesar de que hace más de cuatro años este movimiento político viene
haciéndole una oposición radical al gobierno de Santos, la gente no comprende
cuál es el motivo por el cual añaden al calificativo de opositor el de “no
criminal”, sin que ninguna otra fuerza los haya calificado de tanto, o al menos
que ellos piensen que los demás colombianos son criminales.
En una democracia limpia la oposición es
libre y permitida, al centro democrático se le ha respetado esa condición,
inclusive algunos sectores contrarios han coincidido en ciertos momentos con
sus ideas, sin que haya existido una interferencia oficial de unanimismo. Los
medios de comunicación en todas sus formas: escrita, televisiva, radiofusora,
etcétera, han tenido sus canales abiertos a ese movimiento. Ningún medio les ha
cerrado el acceso a la difusión de sus opiniones para que haya motivo de queja
en el exterior.
Tras los hechos, el movimiento político del
ex presidente Uribe se ha personalizado con su modelo mediático. Hasta la menor
declaración de sus miembros retumba en la prensa nacional. Más no puede ser el
altísimo respeto de la prensa por el derecho a la libre expresión a que tienen
derecho los ciudadanos agrupados en esa corriente. La organización piramidal
del uribismo establecida resalta el orden y la obediencia del movimiento hacia
el jefe, imponiendo el caudillo la manera de llevar a cabo el proselitismo.
El senador Álvaro Uribre está por encima de
los demás y las reglas de la democracia interna de su partido hacen que la
cúpula imponga un orden extraordinario poco visto en los movimientos políticos
modernos, o liberales, o progresistas. La más grande bandera que ha enarbolado
el centro democrático ha sido la oposición a la forma como el presidente Santos
y su gobierno ha conducido el proceso de paz con las FARC, lo cual es su
emblema de permanencia en el escenario político. Ciertamente, es el presidente
Santos el encargado de dirigirlo y lo mismo hubiese sucedido en el eventual
triunfo de Óscar Iván Zuluaga.
Realmente lo que le corresponde a los
dirigentes de hoy es reconstruir la nación, la cual con el apoyo de los
políticos de ayer otros hombres destruyeron. Y sin que el estamento oficial
pueda desconocer las opiniones de la antinomia política, pues todo esto hace
parte de reglas democráticas. Por su parte, el Uribismo debería apoyar la
propuesta de paz con la guerrilla, sin la arrogancia, la obsesión de poder y la
desconfianza de minoría.
Para llegar a ese escenario de
entendimiento se necesita una generación, que sin odio y sin revancha,
aborrezca el pasado de violencia y evite que los colombianos sigan viviendo en
un país tormentoso y belicoso caracterizado en los últimos sesenta años. Si
seguimos así, no hay posibilidades de pensar ni siquiera en que no haya
asesinatos de niños y niñas en nuestras ciudades y veredas, pues si los hombres
y mujeres que se dicen civilizados engendran el odio por la avaricia del poder
político el futuro que se avecina es incierto.
POSDATA: ¡Señor Presidente!
Si no se hace la gran reforma que necesita la rama judicial, es imposible
mantener la VIDA y alcanzar la PAZ en Colombia.
(13-02-15)