ENCAPUCHADOS EN LA "U"

No es la primera vez que se observa la presencia de sujetos encapuchados en la Universidad de Córdoba. Lo que empieza mal termina peor. Aunque pareciera una amenaza menor, no lo es. Fue una intimidación mayor, concretamente cuando se atenta contra la libre expresión, la autoridad universitaria y la seguridad de las mismas personas. La situación es repetitiva. Los hemos visto en las protestas periódicas callejeras tirando piedras y dañando propiedades, aunque es común en otros centros de educación pública, son irregulares por cuanto conllevan al vandalismo que no corresponde al comportamiento culto que debe tener el estudiantado.

Yendo hoy por partes. La Universidad de Córdoba en su vida y por tiempo ha estado atrapada por la politiquería, la guerrilla y el paramilitarismo, como derivado de esta situación  ninguna de las tres orillas le ha dado un provecho académico o administrativo que realmente hubiese engrandecido la ciencia o la investigación, o a sus educadores y educandos. Los tres bandos que ejercieron el poder han sembrado el odio, la zozobra en la comunidad y la inestabilidad institucional.

Sin embargo, la universidad ha sobrevivido a todas esas incursiones. A la sociedad civil le ha importado muy poco lo que pasa allí, más bien ha sido la inmovilidad la moda y la atención rezagada dándole ventaja a los actores negativos que la han administrado últimamente. Los encapuchados que se reunieron el 18 de febrero pasado con la rectora Alba Durango Villadiego y unos miembros del Consejo Superior (se desconocen los nombres), fue para ellos dar órdenes sobre asuntos administrativos.

Pues la complacencia rectoral fue la nota de la tertulia al escuchar a unas personas encapuchadas, cuando lo correcto era solicitarles la plena identificación. A no ser que el movimiento de los sin rostro, bajo el nombre Juventudes M-19, tengan licencia para mandar en el claustro, cuestión que resultaría sumamente grave y peligrosa para la seguridad de quiénes no comulgan con la anarquía que ellos quieren establecer mediante el empleo de conductas arbitrarias y mostrencas que pugnan con las relaciones decentes que deben existir en las instituciones educativas. 

Además, nada de social tiene este movimiento pero mucho de lo contrario, por sus actuaciones antisociales puede calificarse terrorista por “mantener en estado de zozobra o terror a la población o a un sector de ella, mediante actos que pongan en peligro, la integridad física o libertad de las personas”, tal como lo señala el código penal. Así resulta peligroso para los medios de comunicación y el orden público que este grupito de marras se reúna con la cúpula de la universidad y luego amenace al diario El Meridiano por el hecho de informar claramente lo que estaba pasando allí.

No podría la rectora Durango ni sus tertulianos permitir semejante acompañamiento en un ambiente ilegal, la obligación era rechazarlos, a no ser que los encapuchados sean de confianza del propio gobierno universitario, no obstante el ciudadano se abstiene de pensar semejante causa la que haya sido la antesala del encuentro. La obligación de la directiva  universitaria es la de poner en conocimiento de la Fiscalía General de la Nación los hechos presentados. Pero es más importante la designación de un vicerrector que la amenaza de los encapuchados. Queda la duda de complicidad, hasta tanto la rectoría no aclare el asunto.  


POSDATA: Hay concordancia con el tratadista inglés Edmond Burke: “Hay un límite en el que la tolerancia cesa de ser virtud”

(27-02-15)

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