No es para menos que la gente se aterre de lo que sucede en la nación,
sin que sea muy poco lo que idividualmente pueda hacerse para que las
costumbres cambien. Las historias de la putrefacción se repiten y repiten en el
encumbrado poder político cuya finalidad es el beneficio particular,
contaminando al aparato público en momentos en que las autoridades establecidas
han resultado insuficientes para detener el avance del abuso descarado
promovido por sus propios autores.
El despelote se traslada al escenario de la cúspide de la democracia
que es el congreso de la república, donde se consolidan las grandes decisiones
que tienen que ver con las relaciones de los ciudadanos y de éstos con el
Estado. Basta con examinar los útimos hechos con todas sus contrariedades y su
forma de cocinarlas, cuando se acata a los que ejercen la mayor influencia y a
los zoquetes que apasionadamente pueden lograr torcer las decisiones previstas,
y que finalmente en virtud de la gestión triunfan beneficiando a uno, o a muy
pocos.
La sonada reforma constitucional sobre el equilibrio de poderes que ha
dado tanto de que hablar entre los
conpinches sociales y en los recovecos sigue todavía ocupando un espacio
importante de la política, aunque el tema se haya agotado definitivamente en algunos
medios de comunicación. Los tertulianos no dejan de observar lo que acontece en
el escenario en que se desarrolla y se sorprenden de lo que sucede en la medida
que se discute el articulado del documento reformatorio.
La más reciente perla fue la protagonizada por una funcionara de la
Fiscalía General de la Nación. En el momento en que se ponía a consideración
una proposición que pretendía que el Fiscal tuviera el mismo régimen de
inhabilidad de los magistrados de las altas cortes, o sea que solo podía
litigar cinco años después de haber salido del cargo, apareció el fantasma (de
carne y hueso) y le pidió a los congresistas que no votaran la propuesta, y así
pudo torcerse la votación en el senado. De esa manera el Fiscal Montealegre,
dueño y señor, tendría un privilegio sobre los demás funcionarios de igual
jerarquía. ¡Qué vaina, de malas Colombia y de buenas el Fiscal!
Otra perla. La escasez de agua en Santa Marta es un hecho, a pesar de
que el ministro de vivienda Luis Felipe Henao haya expresado que “no es por
falta de agua sino de planeación, porque la alcaldía (de Santa Marta) debe
buscar nuevas fuentes hídricas como los ríos Toribio y Córdoba.” Sencillamente,
señor Ministro, usted aquí falló y se le olvidó la sequía. Sin rodeos, lo que
hay en Santa Marta es pura falta de agua, su respuesta más que confusa, pone
muy triste a los samarios empobrecidos por la politiquería.
Y una última. Desde que tengo uso de razón observo la
crisis del magisterio del país. En mis primeros años de escuela, mi profesora
Eugenia Narváez, se quejaba de su mal salario. Agotada de enseñar y ya vieja
apenas pudo gozar de una reducida pensión, muriendo en la pobreza en Arenal, un
pueblo del sur del departamento de Bolívar. Parece que las décadas pasaron en
balde. Fecode, hoy reclama lo mismo que pedía mi adorada maestra Eugenia y el
gremio al cual ella pertenecía, no hubo en aquella época ministro de educación
que comprendiera al profesorado oficial, tan igual como ahora se comporta doña
Gina Parodi.
(01-05-15)